28 mayo 2011

Adiós, Gil-Scott Heron.

Triste noticia nos ha sacudido hoy. Gil Scott-Heron ha muerto. Héroe. No creo encontrar, justo ahora, otra palabra para adjuntar a su nombre. Aprovechamos para rendirle un pequeño y tal vez insuficiente tributo en La Trampa del Bulevar con un texto que se publicó en diciembre de 2010 en El Heraldo de León, reseñando el último disco de nuestro héroe, insinuándolo como el disco del año. Coincidió el texto con los problemas de salud de otro héroe (y, como GSH, todo un sobreviviente), Héctor Gómez-Vargas, a quien se le dedicó. Uno se fue hoy. Otro sigue acá, rehecho de piezas de un hombre que lo ha visto todo. A Gil Scott-Heron le extrañaremos tremendamente. Nos queda su música. Escuchémosla, phonomancers, que hace magia. Palabra.

Discos que importan: Gil Scott-Heron, I'm New Here.

En todo esto, Gil Scott-Heron fue primero que nadie. Respeto para Gil Scott-Heron, hermanos.

Gil Scott-Heron es el hombre. No busques en otros lados. Los duros que mascan balas y beben diesel para remojar el cogote no tienen qué hacer frente a nuestro hombre. Nada. Y es que Scott-Heron no sólo ya hizo, deshizo, subió, bajó, vino, fue, inventó, destruyó; lo hizo y ahora habla con voz de sabio. No necesita, ni siquiera, mover un dedo para destruir. No necesita, ni siquiera ya, destruir. Hoy, Scott-Heron es como ese viejo gurú al que las gangs respetan, al que escuchan y hacen caso. Porque, lo sabes, antes fue como ellos, aunque en otros tiempos, prácticamente en otro planeta.

No es un despropósito ni una desproporción decir que nuestro hombre inventó el rap. Lo echó a andar, en los 70 y 80, con sus sobrecogedores textos, pronunciados con una convicción tan negra como la música de Brian Jackson que le servía de proscenio; spoken word que rimaba con los compases más soul, que se movía a ritmo de funk y que escocía con acordes de jazz. Militante comprometido, fue un ícono del Black Power. La revolución no iba a ser televisada, pero nadie dijo que no podía ser capturada en vinilo. Negro, claro. Scott-Heron hablaba para su gente y nada importaba más; ellos sin agua caliente, sin poderle pagar al doctor, mordidos por las ratas, pero el hombre blanco, whitey, orgulloso pisando la luna, ganando una burda carrera espacial.

Gil Scott-Heron hablaba claro y fuerte. Se metía en líos. Afilaba los puños, desenfundaba la lengua y salía golpeado, pero ileso. Al mismo tiempo, cantaba unas tonadas que aún hoy ponen la piel de gallina y a pulsar el corazón como el de un adolescente fogoso y tembleque que ve a su voluptuosa acosada doblar la esquina y dirigirse, sin darse cuenta, hacia él. Así. Nacido en Chicago y criado en Tennessee, Gil es hijo de un futbolista jamaicano, Giles Heron, quien de hecho fue el primer jugador negro en alinear con el Celtic de Glasgow, el club católico de la ciudad más populosa de la Rosa Escocesa. Se mudó a Brooklyn aún siendo un niño, tras el divorcio de sus padres y la muerte de su abuela, quien le cuidaba. Allí se educó en las calles y también en la escuela. Educó los puños y el cerebro, formación de adalid de su cultura. Pintó graffiti y escribió poesía. Convivió con los olvidados leyendo y aprendiendo a los inmortales.

Y fue grande. No rompió las listas pop, pero no era necesario. Inventó el rap, construyó con las manos sangrantes los cimientos del nuevo soul, y luego desapareció. La constante historia de las drogas, la depresión y las malas decisiones también la cuenta Gil Scott-Heron, en primera persona y sin metáforas, así en crudo. Por eso estuvo ausente.

En 2010 regresó. En febrero, lanzó un álbum, tras años de retirada y rehabilitación. No puede haber título más sardónico, porque el nombre nos dice I’m New Here. Pero él se siente así, nuevo y distinto; aún es un comprometido, pero ya no guerrea. Como sensei, contempla y actúa sólo cuando se requiere; da consejos y más vale escucharlos. Está llegando, del más allá, a un mundo que no sólo absorbió sin querer su estilo y su forma, sino que ya la retorció, creando obras de arte en muchos casos y verdaderos bodrios en otros; que ya adoptó esa forma musical como un género más, que ya se adhirió al sistema del comercio y que, al mismo tiempo, ha sido una de las más grandes subversiones del turn of the century.

Ahora que comienzan las listas de lo mejor del año, tendremos qué incluir esta nueva placa de Gil Scott-Heron, realizada por consejo y con apoyo total de Richard Russell de XL Recordings. En ella, sí, de nuevo está presente su spoken word, pero ya sin furia y sí con un montón de sabiduría de calle, de cantina y de libro, de la que vale. Habla de su familia, de su crianza, de su infancia, de las mujeres, de su madre, sin dejar el jazzy feel de lado, aunque con un sonido de resurrección más que interesante: bases de trip hop aquí y allá, sampleos, modernizaciones de viejos y legendarios blues (Me & The Devil de Robert Johnson, sin palabras), versiones estupendas (la canción titular es original de Smog), interludios hablados, retazos de gospel e incluso, singles en colaboración con discípulos indirectos como el incombustible jefe del rap, Nas (New York is Killing Me.)

Le han seguido, al disco, entrevistas y reportajes aquí y allá. Este año Gil Scott-Heron ha vuelto a ser un gran nombre para muchos oídos que le tenían en un estante de discos, recargado en el estante superior, guardando polvo. Para algunos otros, nunca se fue, pero escucharle decir cosas nuevas era ya necesario. Él no es nuevo aquí. Pero como si lo fuese.

Este va, con cariño, para Héctor Gómez Vargas. Recupérate pronto, menda, que aún hay ventanas qué romper y canciones qué vivir.


-Esteban Cisneros


*Texto publicado originalmente en El Heraldo de León, viernes 17 de diciembre de 2010.

Addenda: Como pequeña nota aclaratoria, Héctor Gómez-Vargas hoy está recuperado y sigue trabajando en lo suyo. Hace unas semanas presentó un libro nuevo, por cierto...