25 abril 2010

Y nos vimos majos en la pista de baile.

Ulises Guzmán, uno de los más añejos amigos y colaboradores de La Trampa del Bulevar, debuta en este blog con esta reseña del gig de Arctic Monkeys en Guadalajara (22/04/2010.) Después de varios amagos de colaboración, se logra por fin y ojalá que sea la primera de muchas. Compañero en los happenings, obsesivo del cine 80's, gig-goer disciplinado y aficionado de la música de guitarras, tiene un blog propio en The Crazes & The Fads.


El debut de Arctic Monkeys en México no fue afortunado. La noche del miércoles las redes sociales estaban colmadas de rumor, desazón, paranoia, declaraciones justas y otras apresuradas. En fin, el concierto que ofrecieron el 21 de abril (del presente 2010) en la ciudad de México fue mínimo y fracasado; y lo más importante, nos puso en jaque a quienes asistiríamos al concierto del día siguiente en Guadalajara.

Hoy es viernes y, suspiro, todo salió bien. Ache Producciones no quiso repetir la vergonzosa cadena de eventos desafortunados de la noche anterior y en Guadalajara realizaron un trabajo casi competente. Salvo la descomunal espera de 100 minutos en fila para ingresar al Foro Alterno, lo demás funcionó bastante bien. Claro, fue extraño e incomprensible el proceso de acceso al venue; separación de machos, hembras y menores, filas que caracoleaban de forma inexplicable y avanzaban caprichosamente, cual campo de concentración. A las 20:40 horas por fin mi grupo de amigos y yo estábamos dentro y camino a instalarnos estratégicamente lo más cerca posible del escenario.

Justo a las 2100, abordó el escenario Sleepy Sun. Indeed they are, dears! Me aburrieron. Pero ya sabía que sería así. Sleepy Sun es una banda de San Francisco que mamó la tradición de su ciudad. Entonces, hacen un bluesie infused psych rock que obviamente está influenciado e inflamado por los Greitfulded y Yanis y todas esas cosas que detesto, y que Rocky Erickson podría aplastar con su esquizofrénico meñique. Pero no malentiendan mi pontificado antijipi; Sleepy Sun es una banda buena en lo que hacen, incluso tengo su disco y me parece tan bien producido como somnífero, pero justo eso podría ser tu taza de té. No me tomé el tiempo de observar la reacción del público ante su presentación, pero sé que la impaciencia por ver a Arctic Monkeys fue más grande que la grata sorpresa por descubrir a una nueva banda.

Y tras casi media hora de preparativos aparecieron, rebautizados por la pubescente audiencia, Los Artic. Algo que aprecio en ellos es su flema. Odio, odio, odio el pan y circo de las bandas que pretenden simpatizar con el indulgente público mejicano emblasonándose con un sombrero mariacho; si te envuelves en una bandera mejicana, termina el acto y haz la juanescutia, sí, te hablo a ti Matt Bellamy (amo a Muse). Pero los Arctic Monkeys no se andan con tonterías, hablan poco, respetuosa y agradecidamente y a darle a las canciones.

El concierto inició con la creciente Dance Little Liar y siguió casi sin pausa con Brianstorm y This House Is A Circus, que juntas forman una trilogía representativa del heavyness que la banda adoptó en su segunda etapa. Y con eso los ánimos del público ya estaban arrancados y comenzaba la batalla del mosh pit. El primer momento hímnico vino con el cuarto tema, Still Take You Home, gran timing para un hit como ese. El sonido estuvo bastante bien, con algún tropezón ocasional; como que El Inge de repente no le seguía la pista al recital, pero en la mayoría de los casos se corrigieron los volúmenes bajos, saturaciones, empalmes y desfases de forma oportuna, aún así, me pareció raro para una banda de este calibre, más porque Sleepy Sun tuvo un sonido impecable durante todo su set.

Luego tocaron la canción que fui a escuchar, Red Right Hand, original de Nick Cave & the Bad Seeds (del álbum Let Love In) y que los Monkeys versionaron como bonus track para la edición japonesa de Humbug. Fue grandiosa, hasta que sonó algo raro y se detuvieron a manera de final en falso y tras poco más de un minuto la retomaron con el coro-cierre de la misma. Aún trastabillada la amé.

Luego de eso vino la sección más intensa del gig con una cadena de sencillos de su tercer y primer álbum: My Propeller, Crying Lightning (posiblemente su mejor canción desde When The Sun Goes Down), I Bet You Look Good On The Dancefloor y The View From The Afternoon. Son algunos de sus mejores y más conocidos temas, y obviamente fueron facemelters, y en este punto realmente me sorprendió la prudencia y buen tino de la banda para medir a su público, pues tras 15 minutos de frenesí, arrojaron las calmadas para que el público se relajara. Y el respiro que dieron Fire and the Thud y Cornerstone fue realmente apreciado por la sudorosa concurrencia.

Luego del descanso retomaron el poggoing y el headbanging tocando If You Were There Beware, Do Me A Favour y Pretty Visitors y remataron con When The Sun Goes Down, que como ya mencioné, me parece su mejor canción y fue en definitiva el punto álgido del concierto. Tocaron también por allí una canción llamada Joining The Dots que no conocía, ni me gustó mucho; no sé si fue un cover o un tema poco conocido de la banda, pues mis compañeros de mosh pit tampoco tuvieron reacción ante ella. Y cerraron el set con otra canción que no conozco, al menos en inicio, porque a esta le insertaron algunas partes de Balaclava y así fue como terminó.

Desde luego hubo encore tras algunos oligofrénicos coros del público; de verdad, todo México debería tomar un curso intensivo sobre himnos y cánticos de concierto. El encore fue Fluorescent Adolescent que pareció complacer a todos, y a la que también le injertaron un segmento de otra canción que no logré reconocer. Y el cierre definitivo fue 505, una gran canción sin duda, pero tenían por allí algunas otras que me hubiera gustado escuchar más como final.

Si algún acérrimo fanático de Los Arptic lee este texto, por favor no se molesten si faltaron algunas canciones o si el orden está errado; escribí recurriendo a mi memoria que no está en su mejor forma, y seguramente sufre por deficiencia de potasio. Los convido entonces, a que, de ser el caso, dejen sus acotaciones y aclaraciones como comentarios.

Resumiendo, fue un muy buen concierto, muy atinado, largo, intenso y variado. Tanto la banda como el público parecieron disfrutarlo y afortunadamente terminó sin shows vergonzosos ni caudillismo exagerado. Aún así, me quedé con las ganas de escuchar Secret Door, The Jeweller's Hands, Chun Li's Spinning Bird Kick, Fake Tales Of San Francisco, Mardy Bum, A Certain Romance, Red Lights Indicates Doors Are Secured, Perhaps Vampires Is A Bit Strong But..., Cigarrette Smoker Fiona y, sobre todo, su cover de Put Your Dukes Up, John. Bueno, creo que lo que yo realmente deseaba era un concierto enfocado en su primer álbum. Como sea, me divertí bastante.

¿Son los Arctic Monkeys una gran banda? Sin duda, aunque no tanto como la NME intentó hacernos creer. Hasta ahora han creado un álbum grandioso (Whatever...), otro estupendo (Humbug) y otro, francamente, mediocre (Favourite...). Cuando el britpop murió, quedó un hueco en la música británica que por vergüenza o desencanto nadie se atrevió a llenar hasta que The Libertines asieron su britishness y reinventaron la zeitgeist de la música inglesa, pero, destinados a morir pronto, dejaron el hueco nuevamente, para ser llenado esta vez con los Arctic Monkeys en sus dicharacheros inicios.

Sí, en 2006 Inglaterra necesitaba a una banda que les representara, y los Arctics lo lograron, pues rescataron la esencia de las glorias británicas de la década anterior, esta vez con menos romanticismo y con la aspereza urbana que dejó la crisis finisecular. Pero hoy los Monkeys son animales diferentes. Creo que ya no pretenden llenar ningún hueco, de hecho han creado un sonido característico, propio de esta época (sea eso bueno o malo) pero único dentro del amorfo estado del arte del rock actual. ¿Han madurado? Es muy pronto para decir eso. ¿Son mejores que al principio? Son distintos, menos ingenuos, pero también menos frescos y realmente yo prefiero sus primeras canciones. Sin embargo, siguen siendo una gran banda que aún cambiará. Les pronostico un futuro más cercano al hard rock en forma, que a su pasado punkish o que a sus compañeros generacionales atrapados en el limbo de las etiquetas.

El de anoche, un buen concierto lleno de juventud con una banda que paradójicamente fue primero brillante y ahora es prometedora. Los Arctic Monkeys llegaron a eso escuchando los discos adecuados, y tengo la esperanza de que su público pueda aprender de ellos en pos de que dentro de una década haya menos estupidez musical en general. Es mucho pedir, pero un gig tan atinado como el de anoche y un par de discos definitivamente adecuados, me hacen ver que el camino correcto podría no estar tan lejos.

-Ulises Guzmán.

19 abril 2010

Sinfonías de vértigo.

Por varios motivos, la música clásica ha adquirido una fama de solemnidad, seriedad y pomposidad que le han quitado el favor popular. En parte, ella misma se lo ha ganado. En parte, es pura incomprensión.

No voy a decir que soy un experto en música clásica. Definitivamente el Pop, con mayúscula, atrapa mucho más fácil a cualquier sobreviviente del siglo XX ya bien entrado el XXI (y cuando digo Pop hablo de la Música Que Importa, apócope de popular, la música del ritmo, de la inmediatez, del peligro y no de la Gran Basura que the media llama pop, con minúscula.) Pero como musicómano no puede pasarse por alto.

En la cultura masiva del siglo pasado hay varios momentos álgidos para la música clásica, sobre todo en el cine. Pero hay dos esenciales que hay que comentar.

El primero llegó en los años 50 gracias a la sobre-desarrollada imaginación de Michael Maltese y al indiscutible genio de Chuck Jones, uno guionista, el otro uno de los grandes caricaturistas y animadores de todos los tiempos. Juntos, y gracias al trabajo de un impresionante equipo de animación (el trabajo más arduo desde las pirámides) crearon hilarantes historias de apenas unos minutos, protagonizadas por los más desternillantes personajes marca Looney Tunes, enmarcadas en algunos de los más grandes pasajes de la música clásica. Fue un momento definitorio para eliminar la solemnidad que se le atribuía a esta música.

El conejo de Sevilla de 1950, que satirizaba sin piedad y con un montón de alma y de cerebro la célebre ópera de Gioacchino Rossini (basada, a su vez, en la comedia El barbero de Sevilla de Pierre-Augustin de Beaumarchais) fue un éxito total. Protagonizada por el corrosivo Bugs Bunny y ese pelmazo calvo llamado Elmer Fudd, la animación define Lo Clásico en cada una de sus acciones. El conejo hace de las suyas no sólo destrozando cualquier concepción ortodoxa sobre la ópera sino cantando con una horrenda y aguda voz. Puro genio.

Otro gran éxito fue What’s Opera, Doc? de 1957, una nueva caricatura animada que se decantaba por el humor involuntario de las dramáticas óperas de Richard Wagner. De nuevo son el conejo y el pelmazo los protagonistas de unas bucólicas cabriolas que se salen de graciosas. No fueron estas las únicas caricaturas que utilizaron música clásica para lograr efectos humorísticos, claro está. No hay nada más fácil de satirizar que las cosas intrínsecamente serias. Pero sí fueron, posiblemente, las que tuvieron un efecto mucho más extenso y una influencia más profunda.

El segundo momento álgido llegó gracias a otra desbordada imaginación y a una lente maestra. En 1971, Stanley Kubrick estrenó su versión Gran Pantalla de la novela futurista y ultraviolenta de Anthony Burgess, La Naranja Mecánica. El personaje principal, el antes ícono subcultural y ahora archiconocido Alexander DeLarge, estaba obsesionado con el crimen y con Ludwig Van Beethoven, en especial con su Sinfonía Coral, la muy manoseada Novena – una desesperada obra maestra que ha sobrevivido a la sobreexposición, la banalización y a las adaptaciones más cursis y sinsentido.

Además de utilizar las versiones ortodoxas de grabaciones de la legendaria casa de grabaciones alemana Deutsche Grammofon, Kubrick encargó al músico de vanguardia Walter Carlos (luego conocido como Wendy Carlos tras una operación de cambio de sexo) una adaptación electrónica de la sinfonía de Beethoven. Carlos, uno de los pioneros del Moog, un primitivo pero espectacular (y aún vigente) sintetizador analógico, ya había realizado grabaciones electrónicas con música de Bach. El resultado fue tremendo.

El detalle maestro es que esta música suena mucho más peligrosa y extrema que nunca, haciendo perfecto juego con el look modernista del film. Kubrick ya había llevado la música clásica a otro límite en 2001: Odisea del espacio, haciendo que el universo bailase un meloso vals de Strauss y haciéndolo ver cool. Decididamente no era la primera vez que alguien usaba música clásica en una película; mucho menos el último. Pero pocas combinaciones música/celuloide han resultado tan icónicas. De algún modo, La Naranja Mecánica restableció a la música clásica en el lugar que merecía en la cultura.


-Esteban Cisneros

*Texto publicado originalmente en El Heraldo de León, viernes 17 de febrero de 2010.

05 abril 2010

Lo que vendrá.


El mundo sigue moviéndose y no perdemos el ritmo...

No hay tiempo para parpadear, ni descansar. Hay demasiado que escuchar, ver y leer. ¿No? Pop, girls, etc.

El cartero se ha estado portando bien en estos días. Primero que nada, hace un par de semanas trajo el Groovesville USA de Keith Rylatt, un libro que ya hacía un tiempo considerable que esperábamos y que se reseñará por acá, por supuesto. Luego, desde las Islas Canarias llegó un paquete de parte de Ecos de Sociedad, con una pequeña revista, discos, cintas y montones de increíbles detalles de parte de Javier Morales; y con ellos siempre llegan las ideas, los artículos y las canciones.

En cuanto a La Trampa del Bulevar en papel, ya se manufactura, lenta y dedicadamente como siempre, el No. 2. ¿Alguien le entra?

Los Padrinos!, por cierto, han estado trabajando en canciones nuevas que ojalá podamos estrenar en este blog. No dejan de ser unos inestables y de ser sombras esporádicas que, sin embargo, siempre construyen buenas fiestas a base de ruidajo y ritmo, pero todo indica que ya algo sucederá y que podremos escuchar nuevas grabaciones pronto.

Seguiremos subiendo uno que otro artículo de los que viernes a viernes aparecen en El Heraldo de León y abiertos a cualquier colaboración.

Del dicho al hecho... ya estamos en eso. Siempre más. Esa es la medida.