20 diciembre 2011
Nos mudamos.
Les vemos por allá.
21 octubre 2011
Hojas informativas LTbD 2009 - Peeping Tom: El año pasado en Marienbad.
Los enigmas son poderosos. Casi nunca podemos con ellos. Uno se engancha de por vida en la obsesión o los abandona frustrado.
Dirigida por el genio Alain Resnais y con un guión legendario del Alain Robbe-Grillet, ‘El año pasado en Marienbad (L’année dernière â Marienbad, 1961)’ es, sin duda, una de las películas más enigmáticas de todos los tiempos. Y por ende, una de esas películas que obligan a tomar extremos: se le ama o se le odia. Una película de culto extraña, con una estructura de círculos concéntricos cuyo misterio parece nunca terminar.
Dos personajes sin nombre (X y Y en el guión) se encuentran en una vacación en un hotel obscenamente lujoso y frívolo, amplio y laberíntico, espléndido y aterrador. Todo un personaje más. X insiste a Y que se conocen desde un año atrás, cuando se encontraron en Marienbad. Y, presuntamente casada con otro hombre que también está en el hotel, dice no recordar nada. ¿Quién tiene la razón?
En este lugar, el ocio de los juegos de cartas, un juego de palillos (en el que es imposible ganar) y las conversaciones superfluas se convierten en intrincados juegos mentales, en recuerdos inventados (o tal vez no) y en diálogos completamente cautivadores, que hacen imposible sentarse una sola vez ante tal maravilla. ‘Marienbad...’ no puede pasarse por alto por su estilizada composición visual, pero tampoco por el enigma que mueve (¿o estatiza?) la trama.
Para unos, es una posible reflexión sobre la realidad y sus inconsistencias. Para otros, un ensayo fútil sobre casi nada, sin mucho fondo y mucha forma. Nosotros estamos con que es una obra de arte en toda regla; uno no se sienta a verla, sino que se enfrenta a ella.
¿Es el guión sólo un pretexto para realizar los planos más elegantes jamás hechos? ¿O hay de verdad un secreto de fondo en estos juegos de los personajes? ¿Se conocieron el año pasado en Marienbad o no? Incluso guionista y director tenían opiniones encontradas.
Compleja en narrativa y un logro visual impresionante, es una de esas películas de justificado culto que no pueden dejarse pasar. Pocas veces un escenario resulta tan perturbador en el cine – el hotel de El Resplandor (Kubrick, 1980) es un buen ejemplo y punto de comparación. Marienbad es una maldita maravilla. Una de las películas más subvaluadas de todos los tiempos.
Marienbad ha sido reverenciada y parodiada constantemente en la cultura popular. Como detalle, el videoclip To The End (1995) de Blur es un homenaje a la obra maestra de Alain Resnais.
22 agosto 2011
Un poco de jazz en Europa.
Unos años después, en el 26, Paul Whiteman (a quien la prensa llamaba entonces el Rey del Jazz) también tomó la capital del Reino respaldado por su espectacular Orquesta. De nuevo controversia: los más puristas decían que Whiteman (1890-1967) era demasiado superficial y cuadrado para la sensibilidad del jazz (despreciaba la improvisación, por ejemplo), pero incluso Duke Ellington (otro notorio anti-improvisación) le llenaba siempre de elogios. Lo importante es que Whiteman llevó a Londres una de las piezas musicales más importantes de la Casi-Siempre-Miserable y Sólo-Muy-A-Veces-Poética Historia de la Humanidad: Rhapsody in Blue, de George Gershwin (1898-1937), un tipo que sí que merece la beatificación por su contribución espiritual al mundo, aunque tampoco la necesita. De Londres siguió París. Luego Berlín. El jazz tomaba por sorpresa al Viejo Mundo, que tenía que apartar la vista del espejo en el que se miraba sin apenas notar que en todos lados estaban sucediendo cosas que iban a cimbrarlo.
París adoptó esta nueva música como ninguna otra ciudad de Avrupa, tierra mítica de por sí. A pesar de que Londres fue, de nuevo, escenario de dos episodios magníficos en el 32 con la visita de Louis Armstrong (1901-1971) y en el 33 con la del “Duque” Ellington (1899-1974), el gran acontecimiento sucedió en Civitas Parisiorium con la fundación del Hot Club de France, un garito del diablo en donde La Música ocurrió. Los bohemios habían dejado herencia. En el 34 surge el Quintette du Hot Club de France, el primer grupo de jazz europeo que podía enfrentarse cara a cara a uno americano sin marrullerías ni miedos. Y es que en su alineación había dos übercracks, capaces de hacer palidecer al mismo Mefistófeles cuando tomaban su instrumento: Stephane Grapelli (1909-1997), un violinista fuera de serie y Django Reinhardt (1910-1953), un gitano cuyo nombre pone a temblar de emoción a cualquier musicómano. Si la historia de la humanidad fuese justa y sensata, los libros hablarían de esto y no de algunas lelísimas e inutilísimas monarquías o de dictadores peleles. Estos son los nombres que importan.
Pero siempre se estropean las cosas. En septiembre de 1939 estalló la Guerra. Europa se volvió idiota. Cuando llegaron las primeras noticias sobre las belicosidades el Quintette estaba en el Reino Unido. Grapelli decidió quedarse. Los demás, incluyendo a Django, regresaron a Francia para encontrarla reprimida y triste. Por fortuna, pudieron continuar con su carrera, aunque con muchas limitaciones y cuidando las formas, pues había demasiados ojos sobre ellos.
Y es que la idea de la “pureza cultural” permeó todo territorio ocupado. Y es que ese grandísimo imbécil, Josef Goebbels, veía en expresiones como el jazz un concepto despreciable: no sólo era subversivo, rítmico y muy americano, sino una doble amenaza (como Leonard Zelig), al ser un producto “impuro” concebido por los negros, los judíos, los gitanos. Ya desde el 38 en Alemania había una ley (?) que decretaba que sólo podían comercializarse discos de artistas arios y el régimen quería hacer extensiva esta idiotez. Conocidas son esas emocionantes historias de los Swing Kinder, chavales alemanes que en los años 30 no sólo se oponían a las ideas nazis y a las juventudes Hitlerianas (una especie de perversos scouts), sino vivían en la total subversión bailando y escuchando jazz, viviendo y vistiendo a la americana y arriesgándose a perder la vida por una buena pieza de música. Héroes, donde los haya. La mayoría eran de St. Pauli, ese extraordinario distrito liberal de Hamburgo. Esto sí es contracultura.
La canción popular en los estados ocupados o aliados a la causa se convirtió en una completa basura. Como lo cuenta entre nostálgico y horrorizado Umberto Eco en La misteriosa llama de la Reina Loana, las tonadas tradicionales de ragtime, de jazz o de canción popular eran mancilladas con letras pro-fascismo/nazismo, una joya para los coleccionistas, una vergüenza para la historia. El jazz sobrevivió, como en otros tiempos, en el bajotierra, en tugurios, escabulléndose entre túneles y callejones, preservándose para que los que nacieran después aprendieran un poco y no repitieran los errores del pasado. Los soldados americanos llevaban, también, discos de jazz y escuchaban, en radios de onda corta, programas dominados por piezas sincopadas.
Tras la guerra, el jazz se quedó en Europa. Incluso, copulando con la cultura británica, hizo nacer a una de las subculturas más definitorias del XX, la de los Modernistas, Mods. Comenzó como una batalla entre tradicionales y vanguardistas, pero la discusión siempre gravitaba en torno a esa música caliente y peligrosa. Hoy, los que saben siguen discutiendo lo mismo. Jass it up, boys!
C/S.
-Esteban Cisneros
*Texto publicado originalmente en El Heraldo de León, viernes 4 de mayo de 2011.