17 junio 2009

Sin aliento...

Estación Lionel-Groulx. Un martes. 6:48pm.
Salgo del tren. Conmigo bajan decenas de pasajeros. Cambio de línea, de la naranja a la verde. Un busker toca algo en su guitarra. Canta. Conozco la canción, pero no logro descifrar cuál es. Eso me mantiene ocupado mientras espero, impaciente, el siguiente tren. Faltan diez minutos y tengo qué llegar a la estación Place-des-Arts si quiero alcanzar la película. Y no sólo eso. Falta caminar por la calle Bleury hasta llegar al Cinéma Du Parc y llegar a tiempo para comprar mi boleto. ¡Y el tren no llega!


Estación Peel. 6:55pm.
El vagón en el que viajo va casi vacío. Qué bueno. Así al menos puedo sentarme. Saco del bolsillo de mi abrigo el libro de Ian Fleming que estoy leyendo, pero no puedo concentrarme. En una pantalla, justo frente a mi asiento, anuncian las noches de jazz de un bar que tengo ganas de visitar – ojalá no pidan identificación. Luego, el anuncio del concierto de B.B. King en la ciudad. Me alegro de ya tener un boleto. Al fondo del vagón, a mi derecha, dos personas discuten a gritos.

Mientras, me pongo a pensar en esa canción que tocaba aquel hombre. ¿Qué era? ¿Nick Drake? No sé, sonaba más a Tim Hardin. Aunque estando acá, seguro que era una de Leonard Cohen, el orgullo local, una que no recuerdo muy bien…


Estación Place-des-Arts. 6:58pm.

Me bajo del tren. Corro hacia la salida de la calle Bleury y trato de caminar lo más rápido posible hasta el Cinéma du Parc. A partir de ese cruce que acabo de dejar atrás, la calle Bleury deja de llamarse así y se conoce ya como la Rue du Parc. Falta poco. Un minuto y estoy allí.

De un salto bajo los escalones que hay qué bajar para llegar a la entrada del cine. El sujeto de la taquilla tiene cara de pocos amigos.

-Un billet, s’il vous plait…


Sala 3. Cinéma du Parc. 7:02pm.

Llego tarde a la sala, porque ya están los cortos. Anuncian Manhattan de Woody Allen y por ningún motivo me la perderé. Luego, un avance de Repo Man, ¡por eso es que me encanta venir al Du Parc! Giro la cabeza. No hay mucha gente en la sala, unas ocho o nueve personas más, tal vez.

Comienza la película. Silencio, por favor.



A la salida del Cinéma du Parc. 8:50pm.
Salgo de la sala. Algunas personas que salen conmigo van comentando la película en inglés. Yo estoy simplemente impresionado. Alcanzo a escuchar algunas opiniones en mi camino hacia la calle. Un sujeto dice que le ha parecido bastante mala la película, otro le responde que “debe entender la época”. A mí me interesa poco. Acabo de ver, en pantalla, la cosa más cool de todo lo que he visto. Me es difícil explicar por qué. Pero sé que algo pasó ahí dentro de esa sala.

Camino por la calle Parc hasta que de nuevo se convierte en Bleury. Las tiendas están ya cerradas. Hay poca gente vagando. Me dirijo a la estación Place-des-Arts para tomar el metro de regreso a casa y noto algo extraño: voy caminando mucho más erguido y con pasos decididos. Siento que voy dominando la calle. Imagino gente en las esquinas; los maniquíes son chicas que no pueden evitar mirarme. Comienzo a tararear algo, no sé qué; saco de mi bolsillo el libro de Ian Fleming. Lo porto bajo el brazo, paso el pulgar sobre mis labios, arreglo mi cabello corto pero despeinado mientras doy pasos cada vez más largos…

Llego a la estación y miro alrededor. Hay aún mucha actividad, mucha gente con miradas cansadas y bolsas de plástico llenas de cosas. Espero el tren. Cada movimiento de las personas que me rodean me dice cosas, todos quieren gritar algo… yo ya no necesito eso. Mi cabeza sigue en las escenas de la película –todo tiene tanto sentido dentro de ese mundo blanco y negro del que acabo de salir… ¿o al que acabo de entrar? –, en una tonada imposible, en un ritmo frenético. Y todo eso comienza a tener sentido también en mí, en el mundo “real”, cruel y adolescente en el que vivo. Acabamos de cruzar un nuevo milenio, ¿y cómo es que algo así me habla tan fuerte y tan claro?

Sí, estoy enamorado de Jean Seberg, quién no. Ella es ideal y sé que soñaré con ella. Pero quiero ser como Belmondo.

De pronto muchas cosas hacen clic en mi cabeza. Godard, el artífice del film, hace perfecto sentido al lado de mi libro de Ian Fleming, de ese disco que me robé del estante del padre una amiga, de ese boleto para B.B. King y de A Hard Day’s Night. Todo va a un ritmo, un ritmo que me gusta, vital y necesario. Un ritmo que es una necesidad, un impulso sin el que moriría. Sí, todo tiene sentido. Comienzo a ver claros los trazos en el lienzo. Comienzo a ver que, dentro de todo, si algo es elocuente de verdad es eso que tiene Belmondo: estilo.

He quedado sin aliento.

Llega el tren y me subo. El mundo alrededor ha cambiado. Qué importa si estoy en un vagón sucio y ruidoso, yo le doy brillo porque puedo. Cada chasquido de dedo, siguiendo la melodía en mi cabeza, es un corte godardiano en la película de mi vida. Película que, por cierto, ha comenzado en la vida real, justo al terminar otra en la pantalla.


-Esteban Cisneros

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Publicado originalmente en la red de Ecos de Sociedad
(http://www.ecosdesociedad.tk/) como capítulo 25 de "En el sol".

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