22 julio 2010

Trans-Europ-Express.

A 50 años de que la Nouvelle Vague francesa apareciese en las pantallas europeas, sigue resultando tan refrescante como entonces. Sus detractores podrán decir que las películas hechas bajo esta filosofía han envejecido, algunas incluso mal, y palidecen ante el ritmo, las temáticas y los efectos visuales del cine actual. Pero eso está lejos de la verdad. Si bien el cine de Truffaut, Resnais, Godard, Rohmer, Rivette o Chabrol es claramente hijo de su época, no quiere decir que su revolución haya pasado. Está claro que Sin aliento o Los 400 Golpes no tienen ya el efecto que a finales de los 50 e inicios de los 60 del XX. Aunque, sin duda, han no sólo envejecido bien, sino mejorado con los años, dando perspectiva a la época, al cine y a la cultura: son, hoy, documentos esenciales para saber cómo es el Hombre y artefactos de culto por lo icónico de su imaginería. Son el epítome del cool de mediados de siglo, la superficialidad total del dandismo más concienzudo.

No es absurdo regresar al cine pasado, sin nostalgia y sí con ojos bien abiertos, para construirnos una realidad hoy. Lo es menos cuando el cine de corporación ha regresado a métodos de hace 50 años para atraer al público, como el popular 3D (está claro que la tecnología de hoy no puede compararse, pero no es el punto de este texto.) Y, además, con narrativas tan novedosas hoy como entonces, hay demasiados filmes sorprendentes aún en videotecas, bibliotecas, videoclubes o en los estantes del padre o el abuelo. No hay tiempo para aburrirse.

Todo esto viene a cuento para poder hablar de Trans-Europ-Express (1966), una pequeña joya, y de Alain Robbe-Grillet, todo un artista. Comencemos con él. Más literato que fílmico, artífice del Nouveau Roman (La Nueva Novela), su fe en lo Kinético en todo sentido era casi una calentura adolescente: el movimiento como fenómeno físico, como metáfora, como política y filosofía eran Lo Único. El sentido de las cosas.

Pero para Robbe-Grillet movimiento no era lo mismo que velocidad - una de las características más fundamentales de la Nouvelle Vague. El movimiento, en sus textos, se lee en su escritura de flujos de conciencia y en la negación de lo viejo, lo muerto. El lector, por supuesto, se convierte en un personaje más, tomando parte en la kinesis desde la primera frase. Incluso su guión fílmico más célebre, El Año Pasado en Marienbad (dirigida por Alain Resnais, 1959) rompe la entonces muy discutida cuarta pared de un modo sutil, exigiendo a la audiencia involucrarse con una historia vaga y un problema sin aparente solución - porque la solución está en la interpretación de un público activo. Robbe-Grillet y Resnais querían retar a un público pasivo que, tras más de 100 años de cinematógrafo, sigue hoy sentándose con actitud de rey arrogante ante una operetta: entreténganme. Arma de dos filos, porque el entretenido puede resultar burlado.

Marienbad sigue siendo un cult film que divide, pero su constante revisitación por fanáticos, críticos, cineastas y artistas no es casual ni gratuita: es una obra gigante de un par de gigantes, los dos Alains - que, por cierto, se contradecían siempre al intentar explicar el film. En la misma liga de película desafiante llegó en 1963 L'Immortelle, ya dirigida por Robbe-Grillet, con personajes sin nombre y un nuevo misterio que queda sin resolverse en pantalla.

El siguiente film de Robbe-Grillet como director fue Trans-Europ-Express. Es, de nuevo, una metapelícula, ahora sí con un look más nuevaolero, mucho vértigo y una arrogancia europea totalmente justificada: era 1966 y la reconstrucción joven del mundo estaba lista. Su poco elegante destrucción muy poco tiempo después no estaba a la vista aún. Trans-Europ-Express es una celebración de las (entonces) nuevas narrativas que habían forjado este nuevo mundo en el que las cosas parecían tomar un rumbo prometedor.

La película comienza a bordo del tren del título. Un director de cine (Robbe-Grillet, por supuesto, haciendo un nada sutil hitchcock cameo), su asistente y su productor están por iniciar un viaje de regreso a casa y charlan. Por un pasillo del tren pasa el actor Jean-Louis Trintignant. Y al director se le ocurre una historia con él de personaje central, historia que comienza a construirse en pantalla. Trintignant se convierte, entonces, en un traficante de droga novato. En su primera prueba de contrabando, se encuentra con varios personajes, entre ellos la hermosa Marie-France Pisier, un enigmático personaje que mete en problemas al anti-héroe, pero también lo salva. Y al revés.

Las situaciones se construyen y destruyen conforme la conversación de Robbe-Grillet avanza. El productor le cuestiona constantemente y la asistente tampoco se resiste a anotar y opinar, por lo que la historia debe ir reconfigurándose cada vez. En un momento las cosas cambian por completo, con Robbe-Grillet tomando el papel de dios caprichoso del niño que juega con sus muñecos y los condena a su voluntad. Todo a bordo del lujoso Trans-Europ-Express: mundos de mundos.

Hay en la película un humor descarado que falta en los productos-Robbe-Grillet, lo que la hace más accesible. Trans-Europ-Express funciona porque es, sumando sus partes, una película de detectives, una comedia, un film noir y también un film que se toma demasiado en serio, intentando reflexionar sobre las ideas en movimiento de un artista, las posibilidades de la narración cinematográfica y, de nuevo, intentando construir una relación activa con el público que se sienta en la oscuridad frente a una pantalla.

Además de todo, es una película que se ve muy bien. Impecable blanco y negro, personajes elegantes, un excelente soundtrack de Michael Fano y mucha velocidad. Tanta que en hora y media de película hemos cruzado media Europa. Un must-see.

15 julio 2010

Crónicas barcelonesas: Los Negativos y Brighton 64, acústicos.

Nuestro hombre en Barcelona, Jorge Corleone, sigue de fiesta en fiesta. Lo bueno es que no nos olvida y nos reporta una de sus más recientes nights-out, un gig de dos de los grupos de su vida - y de la nuestra. Un must-read. El crédito de las fotos va, también, para el Sr. Corleone.

El reporte Corleone: Brighton 64 y Los Negativos en acústico. 3 de julio, 2010.

A mediados de junio, mi colega Oriol me envió un mensaje de texto al móvil que decía “Brighton 64 y Los Negativos en acústico. No es broma”. Me quedé un poco sorprendido. Sabía que Los Negativos (reformados) tocan de vez en cuando en festivales, saraos mods y similares, pero Brighton 64… ¿y en acústico? Comencé a sospechar.

La excusa del evento era la conmemoración de la presentación de los EP's en vinilo de ambos grupos en sus respectivas presentaciones en la sala mítica barcelonesa Studio 54, a mediados de los ochenta. Vamos, que el nombre no es una alarde de originalidad.

No pude salir de dudas hasta el sábado 3 de julio, noche del evento, en el Bar Clandestino, sótano del restaurante Taxidermista - cuyo poco apetitoso nombre se debe a que antiguamente solía ser una tienda de artículos para embalsamar cadáveres. Todo esto en pleno centro de Barcelona. Llegué demasiado pronto, porque sólo estábamos yo y tres colegas. Sólo veo a Ricky Gil y a su hermano Albert. Ni huellas de Tino o Jordi. Más tarde Carles Estrada y Alfredo Calonge, en representación negativa.

Fue difícil evitar una cierta decepción, porque nunca he visto a ninguna de las dos bandas en formato eléctrico, pero algo me dijo que lo viera desde un prisma más relajado y la velada tendría un toque interesante. Mal que mal, estamos hablando de grupos legendarios para la escena mod catalana y española. A cambiar el chip. Además, era gratis.

Pasa el rato y comienza a llegar la gente. El pequeño escenario está dispuesto con dos micrófonos y al fondo, dos platos para que después Yokomar y Rudemod (el mismo Albert Gil en su faceta DJ) pongan en marcha a la concurrencia.

A las 12 y pico comienzan Los Negativos. Alfredo y Carles rasguean los acordes de Cigarras panameñas. Los veteranos de los 80 retroceden mentalmente a su época de peinados estilo paje, camisas de amebas y paramecios (paisley, para que nos entendamos) y un toque de psicodelia que les hizo merecedores del honor de ser una de las pocas bandas que valía la pena escuchar en medio de la vomitiva Movida Madrileña y el pop de sintetizadores. Después se vienen Dandies entre basura, Sacerdotisa de la carne eléctrica, 18 Sábado amarillo y una sorpresa-homenaje a Brighton 64: No volverán. Y eso fue todo.

Desprovistos de los toques de estudio, teclados y otros, Los Negativos suenan densos y casi a cantautor. Pierden bastante. La voz de Carles está en plena forma, pero no pueden evitar el atril con los acordes en plan cancionero y cometer errores notorios, hojas que luego arrojan al público alegremente (yo me quedé con la de 18 Sábado Amarillo, la cual irá remitida a México apenas pueda.) ¿Tanta psicodelia ha afectado sus capacidades? No lo sé, pero se nota un desgaste, sobre todo en Alfredo, a quien tengo el placer de conocer, pero siempre está en la luna. Así y todo, al primer acorde se echaron al público al bolsillo. El discurso de Carles fue en un tono lisérgico al momento de comunicarse con la gente y por tanto, confuso y alocado. Seguramente, los fans de la vieja escuela sabían lo que quería decir. A mí y a otros más jóvenes nos sonó a gurú hippie en ácido.

Ahora toman el escenario los hermanos Gil y la entrada es la característica de sus conciertos, o sea, La Calle 46. Suenan potentes y efectivos sin necesidad de tanta parafernalia, por mucho que Ricky se disculpe al decir que es la primera (y última) vez que tocan en formato acústico, porque no lo dominan. Siguen con Ponte en marcha para mí, Deja de tocar a mi chica, Igual nos da igual y devuelven la mano a Los Negativos con Fotos del ayer. En principio, eso era todo, pero ante el aliento del público, acceden a tocar una más… fusionando a Brighton 64 con Los Negativos (“Somos los Negativos 64”, bromeó Albert) para una versión de In the Midnight Hour en castellano e inglés, cantada por Ricky y Carles, respectivamente y que fue el punto final y a la parte de música en directo. La gente se veía emocionada y eufórica, lo cual se volcó en la pista de baile. Todos contentos.

Es curioso, pero pensé que quizás los chicos de Piknik Caleidoscópico me cautivarían más y sucede que los de La Casa de la Bomba encendieron el Clandestino, en igualdad de condiciones sonoras y eso sin olvidar que la superioridad técnica y de recursos interpretativos de los primeros es notoria. Ganaron los punkies. Al menos, según mi punto de vista. Sonaron espontáneos y se llevaron el premio.

Desde Barcelona,

Jorge Corleone.