07 enero 2011

Nancy Dupree: A la maestra con cariño.

La educación es un tema controvertido, siempre. Por un lado, el sistema esco-lástico sigue topándose con un cul de sac inevitable; por otro, es evidentemente una necesidad ya no para el progreso de una socie-dad, sino para la super-vivencia de la misma. Así de mal estamos.

Nancy Dupree fue una educadora afroamericana, nacida alrededor de 1936, en el Sur de los Estados Unidos. Desde niña descubrió que lo que iba con ella era aprender. Leer. Devorar cualquier cosa impresa, buena o mala, para acumular, asimilar y ser. Escribía, también. Escuchaba, veía. Hablaba. Tenía una necesidad casi fisiológica de literatura, de poesía, de gran música. Los conflictos raciales del norte influyeron, por supuesto, en estas ansias de entenderlo todo.

En 1964 decidió mudarse al norte, a Rochester, Nueva York. Lo que encontró allí distaba del ideal tolerante de up there que se tenía down south: había también violencia, racismo y saqueos. La Escuela Pública No. 4 de Rochester vivía en este ambiente cuando Nancy Dupree entró como maestra de música. Y ahí comenzó una de las historias más fascinantes.

Miss Dupree, una alienígena en un sistema dominado por los blancos, se convirtió en una de esas cosas que hacen BUM que hacen falta para destrozar la ignorancia y los prejuicios. No sólo enseñaba música en la manera ortodoxa, do-re-mi, sino lo que se podía hacer con la música como medio perfecto. Un arma perfecta, cuando se usa sabiamente.

Comenzó a enseñar historia, y canción, desde la perspectiva negra: Luther King, Malcolm X, Cassius Clay, Nina Simone, James Brown, Leontyne Price, Ella Fitzgerald, Odetta. Enseñó solfeo, pero también poesía. Logró que el coro de la escuela cantase a tono, pero sobre todo, logró que cantasen de cosas importantes.

Sus alumnos no sólo aprendieron a cantar el Mary Had A Little Lamb, sino que escribieron sus propias canciones. No importaba que fuesen en una escala simple, con tres acordes, ni que la cantaran con la voz quebrada, mientras dijesen cosas suyas y de nadie más. Nada de tópicos gastados, ni de más historias del hermano oso, ni canciones infantiles. Esto iba en serio. Cuando el lugar común dice que hay que educar mentes y almas porque en la juventud está el futuro, se refiere a esto. No a las hipocresías de siempre.

Así, Dupree juntó un puñado de canciones escritas y cantadas por su grupo en la Escuela No. 4, entre las calles Gennessee y Jefferson de Rochester, con Dupree al piano. Los jóvenes cantaban sobre sus cosas, no las impuestas por el mundo adulto: sus preocupaciones, sus dudas, sus héroes, sus preguntas y sus derechos. Todo sin dar un solo grito, ni infringir castigo alguno. Todo hecho con pura convicción, honestidad y música.

Surgió la idea de grabar estas canciones, que no gustó mucho al director del instituto. Lo que hacía Miss Dupree no gustaba mucho al consejo, ni a los otros maestros. Era demasiado directa, demasiado segura de sí, hablaba claro. Los niños le querían. Su afro y sus tacones altos, además, parecían encarnar ese grito de say it loud, I’m black and I’m proud. Pero ella persistió. Envió una demo de las grabaciones a algunas disqueras locales, que la rechazaron. ¿Qué clase de éxito podía tener una grabación así?

Por fortuna, existía Folkways, un sello neoyorquino fundado en 1948, cuya misión era difundir música folk, grabaciones infantiles y world music difícil de encontrar. Puede atribuirse al sello que el folk a lo Leadbelly o Pete Seeger se haya popularizado de tal manera a inicios de los 60 en la Costa Este. Miss Dupree logró, en su muy peculiar manera, que el disco de sus muchachos se publicara.

Ghetto Reality (Folkways, 1970) fue no sólo evidencia de lo hecho por una maestro decidida, con criterio, y sus alumnos bajo su influencia; también es un disco importante e histórico aunque, por supuesto, nada popular. El título, elocuente y sincero, es todo lo que incluye el disco: realidad. Hay canciones sobre el impacto de Luther King (y de su asesinato), sobre James Brown (un épico himno que incluye a los chavales gruñendo a lo Rey del Soul), sobre lo que quieren para Navidad (juguetes y libertad ya, freedom now) y un himno llamado What Do I Have en la que se expresa, con todas sus letras, el orgullo negro que Miss Dupree les inculcó.

Hoy día encontrar un disco original es casi imposible. Una joya. Sin embargo, es posible comprarlo en CD en el sitio de Folkways (que en los 80 fue adquirido por el Smithsonian.) Y posiblemente sea sensato hacerlo. Créame.

Tras el disco y después de varios años de revolución, Miss Dupree fue despedida de la escuela. Una tragedia. Siguió, con todo, imparable. Se convirtió en activista. Se dice que se unió a las Panteras Negras. Recitó y escribió poesía. La grabó. Se convirtió en uno de esos personajes anónimos que, no obstante, influyeron en cualquier persona que conoció. Y en 1980, murió de leucemia. Ninguno de sus familiares supo que estaba enferma hasta que fue muy tarde. Ella nunca les habló de eso.

Miss Dupree, aún ahora, sigue siendo un ícono para quienes la conocieron, que fueron pocos, y un misterio para otros pocos que han sabido de su existencia gracias a fanáticos, obsesivos y arqueólogos del sonido y de la historia moderna. Pero tal vez estas historias deberían de difundirse más. Porque necesitamos gente así en un mundo como este.

To lady, with love. Por su filosofía, su lust for life, su música y por las vidas que moldeó. Una para usted, señorita Dupree.

Gracias especiales a Michael R. Neault y a Dante Soulcialista por las primeras nociones de Miss Dupree: el primero, por su artículo en la revista Yeti –sensacional– que inspiró al segundo a hablarnos de ella.

-Esteban Cisneros


*Texto publicado originalmente en El Heraldo de León, viernes 22 de octubre de 2010.

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