
Todo esto viene a cuento para poder hablar de Trans-Europ-Express (1966), una pequeña joya, y de Alain Robbe-Grillet, todo un artista. Comencemos con él. Más literato que fílmico, artífice del Nouveau Roman (La Nueva Novela), su fe en lo Kinético en todo sentido era casi una calentura adolescente: el movimiento como fenómeno físico, como metáfora, como política y filosofía eran Lo Único. El sentido de las cosas.
Pero para Robbe-Grillet movimiento no era lo mismo que velocidad - una de las características más fundamentales de la Nouvelle Vague. El movimiento, en sus textos, se lee en su escritura de flujos de conciencia y en la negación de lo viejo, lo muerto. El lector, por supuesto, se convierte en un personaje más, tomando parte en la kinesis desde la primera frase. Incluso su guión fílmico más célebre, El Año Pasado en Marienbad (dirigida por Alain Resnais, 1959) rompe la entonces muy discutida cuarta pared de un modo sutil, exigiendo a la audiencia involucrarse con una historia vaga y un problema sin aparente solución - porque la solución está en la interpretación de un público activo. Robbe-Grillet y Resnais querían retar a un público pasivo que, tras más de 100 años de cinematógrafo, sigue hoy sentándose con actitud de rey arrogante ante una operetta: entreténganme. Arma de dos filos, porque el entretenido puede resultar burlado.
Marienbad sigue siendo un cult film que divide, pero su constante revisitación por fanáticos, críticos, cineastas y artistas no es casual ni gratuita: es una obra gigante de un par de gigantes, los dos Alains - que, por cierto, se contradecían siempre al intentar explicar el film. En la misma liga de película desafiante llegó en 1963 L'Immortelle, ya dirigida por Robbe-Grillet, con personajes sin nombre y un nuevo misterio que queda sin resolverse en pantalla.
El siguiente film de Robbe-Grillet como director fue Trans-Europ-Express. Es, de nuevo, una metapelícula, ahora sí con un look más nuevaolero, mucho vértigo y una arrogancia europea totalmente justificada: era 1966 y la reconstrucción joven del mundo estaba lista. Su poco elegante destrucción muy poco tiempo después no estaba a la vista aún. Trans-Europ-Express es una celebración de las (entonces) nuevas narrativas que habían forjado este nuevo mundo en el que las cosas parecían tomar un rumbo prometedor.
La película comienza a bordo del tren del título. Un director de cine (Robbe-Grillet, por supuesto, haciendo un nada sutil hitchcock cameo), su asistente y su productor están por iniciar un viaje de regreso a casa y charlan. Por un pasillo del tren pasa el actor Jean-Louis Trintignant. Y al director se le ocurre una historia con él de personaje central, historia que comienza a construirse en pantalla. Trintignant se convierte, entonces, en un traficante de droga novato. En su primera prueba de contrabando, se encuentra con varios personajes, entre ellos la hermosa Marie-France Pisier, un enigmático personaje que mete en problemas al anti-héroe, pero también lo salva. Y al revés.

Hay en la película un humor descarado que falta en los productos-Robbe-Grillet, lo que la hace más accesible. Trans-Europ-Express funciona porque es, sumando sus partes, una película de detectives, una comedia, un film noir y también un film que se toma demasiado en serio, intentando reflexionar sobre las ideas en movimiento de un artista, las posibilidades de la narración cinematográfica y, de nuevo, intentando construir una relación activa con el público que se sienta en la oscuridad frente a una pantalla.
